Contra todos los pronósticos, pese a los excesos de su juventud y a las enfermedades que lo aquejaron en sus últimos años, Ozzy Osbourne vivió una larga vida y, fiel a su espíritu, hizo lo que quiso hasta su último día.

Uno de los cuatro miembros fundadores de Black Sabbath, el llamado Príncipe de las Tinieblas, figura enigmática, extravagante, oscura y profundamente carismática, se ha ido. Falleció a los 76 años, en paz y con la dicha de haber mirado por última vez a los ojos de su público. Ese mismo público que lo acompañó durante décadas y que, junto a amigos, compañeros de banda y colegas (la mayoría formados bajo su influencia), fue testigo hace unas semanas de su despedida definitiva sobre el escenario.

El último show de Black Sabbath, anunciado a principios de 2025, tuvo lugar en Birmingham, la ciudad que lo vio nacer y también transformarse en leyenda. Cuarenta mil personas lo presenciaron en el estadio, y decenas de miles más lo siguieron a través de una transmisión en línea que se extendió por más de ocho horas. The Final Show, como él mismo lo nombró, fue mucho más que un concierto: fue una ceremonia de cierre, un homenaje y al mismo tiempo un funeral en vida, un acto de gratitud y un testamento musical.

Aunque ya no podía mantenerse en pie, Ozzy hizo lo imposible por mostrarse digno ante sus fans. Desde el trono que lo acompañó en sus últimas actuaciones, reunió una vez más a Tony Iommi, Bill Ward y Geezer Butler, con quienes fundó no solo una banda, sino un género entero. Black Sabbath fue el punto de partida del heavy metal: sombrío, poderoso, visceral. Y Ozzy, con su voz temblorosa y presencia hipnótica, fue siempre su alma más visible.

A lo largo de su carrera, y especialmente en los momentos más turbulentos, una figura fue clave para mantenerlo en pie: Sharon Osbourne. Su compañera, su mánager y en muchos sentidos su brújula. Con ella construyó no solo una familia, sino un imperio artístico que resistió el paso del tiempo, los excesos y las recaídas. Sharon fue también parte esencial de esta última etapa, la que permitió a Ozzy despedirse como él quería: frente a su gente y con su música como bandera.

Aquella noche, entre homenajes en vida a cargo de bandas como Metallica, Pantera y Slayer, el cuarteto interpretó "War Pigs", "N.I.B.", "Iron Man" y "Paranoid". Antes de entonar la última canción, Ozzy miró al público, agradeció de todo corazón y dijo que esa sería la última vez que cantaría en su vida. Y así fue.

Esta vez sí es para siempre, no hay sustitutos. Se va una figura irrepetible, un showman del que se dice alguna vez comió un murciélago sobre el escenario, una sombra que dio luz al heavy metal y que dejó historia en la música. Pero su legado, como su voz, su imagen, su mito, permanecerá por siempre en la memoria del rock.